Autora: Caliope Cullen
CAPITULO 36: Recuerdos
Bella:
El osado de Jacob se había quedado más tiempo en vez de entrar tras de mi, estaba tan loco que se mofaba mordazmente de Jane… pero yo no podía escuchar ni uno más de sus reclamos, cada palabra sabía a un puñal metido en la carne y empeorado con sal.
Mi pasado volvía a mí con una nitidez escandalosa y se contrastaban en mi mente las dos caras de Jane… el rostro retraído de hoy y la sonrisa tiernamente infantil de ayer. Un ayer que ya llevaba siglos.
Me pregunté desde cuando había dejado de ver a los demás para encerrarme en un “yo” inmaculado y perfecto; desde cuando me había convertido en una Volturi más, tan estrictamente soberbia como Caius y tan ciega de egoísmo como mi propio padre.
―No hiciste bien en quedarte atrás. ―le dije a Jake cuando entró a la casa.
―¿Y eso porque? Yo no tengo miedo a la Rubia, Bonita… y por lo que sé, tú preferirías que fuera yo que su hubiera quedado con los chupasangres en vez de Ed… así que no seamos hipócritas entre nosotros. Además… oye, la Rubia no la pasa bien y es obvio, un poco de aliento no le hace mal a ninguno.
―¿Tienes que ser tan “sincero” con tus comentarios?
―¿No fuiste tú muy “sincera” hoy cuando me tiraste a la cara lo de Edward?
Odiaba que me respondieran con una pregunta, pero odiaba aún más que Jake tuviera razón.
―Grrrr! Te odio. ―le dije.
―Eso es perfecto… el odio es un sentimiento ardiente.
Él me guiñó un ojo y salió, dejando que masticara a boca llena la desesperación por Edward y la rabia por él.
Jacob:
Había algo que me molestaba, algo más allá de la desilusión de saber que Bella estaba enamorada de Edward y que en realidad mis chances estaban reducidas a menos de la mitad. Sentía un miedo especial a estar equivocado, a ser demasiado joven para entender cosas que desde mi óptica se veían tan simples como la propia naturaleza de La Push.
Yo separaba las cosas por etapas y trataba de verlas desde otros ojos para simplificarlas, aunque eso me llenara de preguntas nuevas, tan punzantes como el agua helada de los acantilados de La Push:
La Bonita me gustaba de una manera que jamás me había gustado nadie y no me apetecía esconderlo aunque eso significara quedar en ridículo… ¿estaba mal demostrar a alguien que lo amas?.
Edward era un tipo al que respetaba como un hermano más por sobre cualquier otra cosa, incluso sobre la Bonita… ¿debería cambiar mi amistad con él porque pretendíamos a la misma mujer?
Me sentía preocupado por haberlo dejado en el hotel sin ninguna protección, pero lo había hecho porque mi instinto decía que ese viejo vampiro no tenía intenciones de llevar esto a un nivel más… ¿debía respetar mi olfato o el hecho de ser “enemigos naturales” bastaba para matar?
“Enemigos naturales”… la Rubia lo había dicho levantando un muro ante mi intención de sonsacarle algo más que desnudara su tristeza. Me quedé pensando en ella, no era difícil interpretar su ira como el trasfondo de su soledad. Pensé de repente en cómo veía yo la soledad… y traté de ser parte de esa soledad mientras entraba en fase y corría por el bosque hacia los acantilados, buscando liberar un poco las energías y aclarar la mente.
El aire se sentía fresco y húmedo en la cima, el horizonte se veía sobre la playa como un sol adormecido entre unas nubes grises espesas que no dejaban entrever más que un par de haces de luz… las olas semejaban un manto de espuma que ronroneaba por lo bajo cubriendo la playa en golpes aletargados y furiosos.
Ella estaba sentada al borde mismo del acantilado y sentí frio al verla, no pude evitar salir de fase y acercarme a ella con un dejo de compasión.
―Vete chucho. ―me dijo sin siquiera mirarme. ―No estoy con ganas de matar a nadie hoy.
―¿Y te da esa “anorexia” seguido?
―Que te vayas chucho… ¿ustedes los lobos son todos tan suicidas? No te das cuenta que soy un vampiro?... tu raza y la mía se matan entre sí… ay… no sé porqué te doy tantas explicaciones!!!
―Porque si hubieras deseado matarme ya lo hubieras intentado, lo cual, obviamente tampoco hubieras conseguido… pero como soy un caballero me reservo esa observación.
La Rubia me miró sarcástica y volvió a mirar hacia el horizonte.
―Bonito lugar no? ―le dije.
―¿Qué parte de “déjame en paz” quieres que traduzca a tu idioma indio?
—¡¡¡Y qué parte de “déjate ayudar” no entiendes tú!!!
La había tomado por los hombros sacudiéndola ya harto de su intento de menosprecio, cuando quien estaba tirada en el piso sintiéndose fatalmente infeliz no era nadie más que ella.
Pero erré… en vez de conseguir una reacción sólo provoqué llanto.