Bella:
Mi vida no era un cuento de caperucita roja, mucho tiempo maté para comer y mi elección final por una vida menos cruel no se basaba en humanismo, sino en autocontrol. Mientras corría me preguntaba si mi culpa sería menor si mis objetivos cambiaran, y era cierto… no mataba humanos por el hecho simple de saber que podía controlarme, no porque valorara el hecho de dejarlos vivos.
Era tal cual había dicho Alec, mi esencia era llamar la atención. No ví la realidad de mis padres, no ví la realidad de Jane, no ví el momento en que debería de haber abandonado esta historia para no comprometer a los quileutes… para no enredar mi propia existencia con un Edward y un Jacob a quienes sentía como partes complementarias mías.
No veía ahora un horizonte claro… y trataba de pensar en porciones disociadas contestando una a una las preguntas que me acababa de hacer, cuando de pronto paré.
Olía a licántropo y no sólo a uno, olía al perfume húmedo mezcla de tierra y pelo mojado, pero multiplicado por tres. Giré y ví a Sam.
“Si existes Dios… por favor… que no sea yo quien lo mate”, me dije a mi misma.
¿Debería? Era la pregunta… debería defenderme si en realidad era yo quien merecía morir… si en realidad era yo quien había desencadenado todas esta historia incongruente.
No tuve que responder, reconocí el olor de los míos y respiré para retener el aroma dulzón del aire mientras vía que en el claro del bosque aparecía casi la mitad de la guardia Volturi y un Aro enceguecido de ira.
Sam miró confundido la comitiva que se acercaba, pomposa y desafiante, desde el lado opuesto al acantilado y gruñó por instinto. Aro se lanzó con rabia contra el Alfa y el resto de la guardia liquidó a un lobo más mientras acorralaba al último en el acantilado, haciéndolo caer por la pendiente rocosa sin más freno que las piedras puntiagudas del barranco y el agua helada del océano gris.
—Mentiste… —le dijo Sam ya con el último hilo de voz, y saliendo de fase, demasiado herido para poder huir.
—Nunca confies en un vampiro, lobo… lo primero es lo primero, deprecio lo suficiente a tu raza para odiarla incluso más que a un traidor.
Remató el trabajo mientras me miraba con la mayor saña que hubiera yo visto en sus ojos, ordenando a Dimitri y Jane que me sujetaran.
—¿Dónde está mi hermano? —gritó ella, mientras me aplicaba el primer latigazo de dolor en el fondo de mi conciencia.
—Basta Jane! ¬—lloré… sin tiempo a activar ningún tipo de escudo y retorciéndome del dolor en los brazos tiranos de Dimitri.
—Déjala Jane. —Ordenó Aro.
—Pero Alec…
—¿Necesito repetírtelo Jane?
Ella agachó la cabeza y negó:
—No señor. —mientras se hacía a un lado.
—Levántate Bella… y quiero una explicación coherente a esa chiquilinada que hiciste.
—No sé a qué te refieres Aro.
Él vino hasta mí con los ojos encendidos de rabia, pero sólo me tomó de la muñeca y se concentró
—No te atrevas a poner tu escudo. —Me amenazó, pero disminuyó la presión en mi brazo y distendió el tono de voz en cuanto detectó en mis pensamientos que nada de lo que él pensaba era real. Yo no había roto el sello. Al fin él estaba seguro de ello.