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“Rio de Janeiro”, supuse que Rose aparte de arrancarme del hombre de mi vida había sido mordaz hasta el delirio. Su contacto nos había ubicado en un penthouse frente a la playa de Copacabana, sobre la avenida principal del centro nocturno de la ciudad: casinos, clubes, restaurant, shopping, discotecas… playa y mar. ¿Se supone que debía disfrutar de algo de eso?
Jacob insistía en que debía salir, moverme… comer… ¿hacía cuantos días que no comía?... no importaba en realidad. Él había perdido a propósito las llaves del balcón porque me había encontrado sentada en la baranda mirando cómo se escondía el sol.
―Será una noche sin luna… ves? ―Le dije cuando me obligaba a bajar― como todas mis noches desde que él no está.
Estaba vacía… y es imposible describir la vacuidad… simplemente es un agujero que te traga, que te posee… que se va llevando partes de ti empezando por tu propia cordura. Esa noche definitivamente era aún peor, una fina garúa dejaba un manto blanco sobre los arbustos y el pasto de debajo del edificio… el olor a tierra mojada me sumía en el recuerdo del claro del bosque del cual habíamos hecho “nuestro lugar” y sus ojos se me presentaban mezclados con el desalineo de sus cabellos bronce y la sonrisa hecha una mueca perfecta en sus labios de piedra.
Jacob se pegaba una ducha cuando decidí salir, así que tampoco me tomé el trabajo de avisarle. Caminé con la mirada perdida dejándome guiar por las luces blancas de la avenida como si siguiera las pisadas de su luz, totalmente empapada por la llovizna agobiante que caía como si no estuviera en una playa tropical.
No ví que me seguían, no escuché el chirriar de la motocicleta que frenó a mi costado diciendo no sé qué cosa en un idioma extraño a mí y en tono amenazador… y luego él: “mi” Edward, hecho un reflejo fantasmal a metros mío… gritando que corriera. ¿Cómo correr? ¿cómo ir a otro lugar que no fueran sus brazos?
―Bella!!! ―escuché también a lo lejos en la voz de Jacob mientras mi imagen se diluía y yo caía de rodillas implorando encontrar más. ― Corre Bella!!! Son asaltantes!!!
Los guardias de uno de los restaurantes oyeron los gritos y terminaron por amedrantar a los chiquillos mientras Jake llegaba hasta mí.
―Estás loca! Pudieron haberte matado… en qué demonios estabas pensando!!!
“En él”, quise contestar, pero mi propia mente no quería borrar cada segundo de la percepción de su rostro, ni cada nota de su voz. Lo había visto… y lo había oído… y no me importaba si eran sólo representaciones de mi propia conciencia, eso significaba que no lo había olvidado, que cada centímetro de él había quedado tan grabado en mi que podía traerlo a mi memoria casi corpóreamente. Y “eso”… me hizo feliz.
Jacob no dejó de gritarme todo el camino de regreso. Hasta el taxista pareció molesto por las cosas que decía, aunque a decir verdad no recuerdo ni una sola de sus palabras. Me subió casi a rastras hasta el departamento y me sacudió por los hombros al entrar… recién ahí escuché realmente lo que decía.
―Está bien Bella, esto se acaba aquí… me voy…
¿Jacob se iba? No… dentro de mi egoísmo no cabía esa posibilidad… él había sido quien me despertaba por las noches cuando comenzaba a gritar después de mis pesadillas, había sido mi almohada poniendo su pecho para que volviera a dormir… me había alimentado, incluso a la fuerza y día a día soportaba mi angustia y la absurda manera en la que me consumía como un zombi sin luz.
―No puedes irte…
―Oh!!! La señorita Swan se ha dignado a hablarme… me importa un bledo si puedo o no! Me voy y ya.
―No, Jacob!!! Por favor… no puedes irte… no puedes dejarme…
―Puedo. No sólo tú sufres Bella. ¿Tienes idea de lo que se siente estar enamorado de alguien y tener que consolarla porque llora por otro? ¿Te parece poco tener que escuchar su nombre 100 veces al día cuando lo único que deseo desde el fondo de mi propia alma es que te des cuenta simplemente de que estoy?
―Jacob yo…
―No digas nada Isabella Swan, llevo demasiado tiempo enamorado de ti, debo extirparme esta obsesión… adiós.
Lo tomé del brazo en un dejo de súplica.
―No me dejes… no podría vivir sin tu ayuda… no debo amarlo a él… enséñame a quererte a ti.
¿Qué era eso realmente? ¿instinto de supervivencia? ¿mantenerme viva con la esperanza de verlo alguna vez? ¿agradecimiento hacia Jake?
La única respuesta a todas esas preguntas fue un Jacob que se detuvo… sin palabras, sin gestos, sin pactos ni contratos entre ambos, quieto, a medio camino entre el pasillo a las habitaciones y la puerta entreabierta.
―He sido una egoísta Jake… y no puedo borrar el pasado… pero puedo intentar escribir en una página en blanco… si me dejas, claro…
―Y si le tengo paciencia a tus “no”.
Asentí, mientras hacía un ruego callado para que me perdonara y se quedara conmigo.
Enganchó mi cintura con su brazo firme y me obligó torpemente a recostar mi cabeza sobre su pecho mientras jugueteaba con algunos de los mechones que aún estaban mojados buscando acomodarlos de alguna manera sobre mi espalda empapada.
―Nunca te olvidarás de él… pero puedo intentar llenar el espacio en el que ya no está.
Desde mi perspectiva, el balcón dejaba ver un esbozo de luna nueva, y me pregunté si debía reemplazar mis noches sin luz, por el calor de una persona que sabía, me quería bien, y a la cual yo amaba entrañablemente como mi mejor amigo.