29 abr 2010

FANFIC: La Trilogía

Autora: Caliope Cullen

CAPITULO 40: ¿Traición?

Jacob:

Mi cuerpo temblaba aparatosamente y sentía que el viento que arreciaba al pie de los acantilados me traía el olor de esos malditos vampiros que a pasos de mí, me rodeaban… Eran cuatro más la Rubia Jane, así que no sería tan engreído para creer que me saldría con la mía esta vez. El grandote al que había oído llamar Dimitri era un verdadero ropero andante, tal vez tendría más chances si comenzaba con él… al menos sería una manera de intentarlo aunque fuera una batalla muy difícil de pelear, y lo que era peor, casi un suicidio.

—¡Detente Dimitri! —gritó la Rubia Jane, mientras se colocaba delante de mí. ¿Acaso estaba loca?

—Jane?... pasa algo?, no seas idiota y salte del medio que acabaré con ese perro.

Ella no movió ni un paso y disminuyó el tono de su voz, pero sonó aún más firme cuando dijo:

—Que te detengas Dimitri, he dicho.

—Me importa poco lo que dijiste Jane, no te pondrás a defender a un lobo a estas alturas de tu vida… ¿acaso las mujeres de Volterra se han vuelto unos vampiros menopáusicos? ¡Sal de mi camino?

Desde mi cuerpo lobuno no atiné a correr, ví al chupasangre que se me abalanzaba solamente para verlo caer a los pies de la Rubia Jane hecho un ovillo lastimero. Sus gritos de dolor resultaban ensordecedores, y oí a Jane que me miraba directo a los ojos, mientras pronunciaba un:

—Vete. —al que no reaccioné.

—Aro te matará por esto Jane.

El tipo al que habíamos mantenido de rehén en la casa de Edward parecía quemarla con los ojos.

—¿Y tú que harás Alec?... ¿te unirás a él para hacerlo?

—Eres mi hermana Jane, ya te he hecho suficiente daño al no darme cuenta antes de las cosas que estabas pasando. ¿Pero no te das cuenta que esto es un suicidio y que me arrastras con él?

—No estás obligado a nada, ni yo pido tu sacrificio.

El tercer vampiro quiso atacar, y cayó casi en el mismo lugar fulminado por una mirada de la Rubia Jane, ella se mantenía rígida delante de mí, mientras los dos chillaban y se retorcían en el piso como si algo los quemara por dentro.

—Ya vete… —volvió a repetirme y le acerqué el hocico despacio intentando decirle que tampoco dejaría que ella quedara sola con los otros tres. —Vete Chucho!!!... ya hazlo de una vez… vé y protege a Bella … aunque quieran, ninguno de los tres podrá tocarme y créeme… sé defenderme bien. El único que tiene la potestad de eliminarme en Aro… y ellos saben con cuanto se enfrentan de no hacerlo a su manera.

No atiné a nada… ¿cómo iba a dejarla allí sola después de lo que ella había hecho por mí? Es más… ¿Por qué diablos lo había hecho?

Fui detrás de una de las grandes piedras de la playa y me salí de fase, sólo para volver una vez más al lado de ella, con el semblante tan o más duro que el suyo.

—¿Qué haces chucho? Grrrrr… que terco eres! —me gritó.

—Así es… pero ya estoy grandecito para que alguien me dé una zurra, asi que te la aguantas Rubia Jane. ¿Y ahora que?

—Ahora nada perrito… “te vas”… y no lo diré de nuevo.

—Ja! A que no!

Alec nos miraba entre confundido, hastiado y frustrado.

—Jane… reacciona… estas lastimando a los tuyos y defendiendo un lobo ¿acaso no lo entiendes?

—“los mios”?… no seas sarcástico hermanito… los mios me hicieron daño y los mios me han utilizado… y los mios acaban de atacarme… te parece que debo “entender” algo más?

El tipo se calló y la miró consternado esta vez.

—Aro te matará Jane, y lo sabes.

—Me haría un favor… —le dijo desafiante.

Tomé a la Rubia Jane de la mano y tiré de ella suavemente, en el preciso instante en que una fina garúa comenzaba a azotar la playa como un manto húmedo que quisiera cubrir no sólo la tierra, sino la mezcla desastrosa de emociones que se agolpaban destartaladas entre nosotros.

—Vamos ahora. ­—le insistí a ella, y sin soltarle la mano comencé a correr, adentrándome en el bosque casi arrastrándola, mientras oíamos cada vez más lejana, la discusión del hermano con los demás impidiendo que nos siguieran.

Corrimos sin dirigirnos la palabra, uno al lado del otro, esquivando los árboles y las piedras del camino a una velocidad increíble, mientras las altas copas de los árboles nos tapaban de gran parte de la lluvia que caía, y los animales nos miraban extrañados y miedosos… corrimos… corrimos hasta que ella se frenó de golpe y agarrada de un tronco volvió a echarse a llorar.

Tomé su rostro entre mis manos y la obligué a mirarme… supe en ese preciso instante lo que sería de mí, no fui ya capaz de ver su cabello rubio humedecido, ni el rojo agobiante de sus ojos, ni la palidez extrema del resto de su piel… sólo fui capaz de ver su alma… y de comprender, que estaba total y endemoniadamente imprimado.

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