5 abr 2010

FANFIC: La Trilogía

Autora: Caliope Cullen

CAPITULO 25: Sentimientos

Edward:

Me había quedado dormido con una sensación de cansancio agotador. Esa unión mental que se producía entre nosotros resultaba agobiante físicamente, pero me permitía estar en contacto con cada una de las emociones, pensamientos y sensaciones de Jacob y Bella. No era ni remotamente parecido a la comunicación mental que yo podía lograr normalmente… era una fusión, un formar parte de cada fibra de la otra persona. Desconocía que pasaba externamente con nosotros, pero la sensación de pertenencia colectiva que se producía en mi sistema sensorial no tenía descripción.

Desperté acosado por una pesadilla vívida, con las palabras aún flotando en mi recuerdo, y habiendo reconocido una vez más ciertas partes del recitado de Jacob.

Corrí hasta él buscándolo y lo ví al lado de la jaula del vampiro. Era definitivo, el tipo no me caía bien.

—Jacob… necesito tu siguiente estrofa.

—¿estrofa? De qué hablas Ed?

—La leyenda de los ancianos… la recuerdas tal cual ¿no?

—Ni que pudiera olvidarla. Me la han hecho repetir como si fuera mi nombre durante más de diez años.

—Pues recítala.

—“Los bosques dormidos reciben la furia del rojo almibarado, en un clamor de venganza injusto, cuando los tres se han mentido entre si y la manada paga el precio de mentiras ajenas sacrificando la esencia en la ladera de los acantilados grises. Repite el cántico guerrero VICATACAVE, VICATACAVE, VICATACAVE”.

—Debemos prepararnos… Nos atacarán, pero serán sólo dos, no los Volturi.

—Podrías darme la traducción completa?... odio quedarme en medias tintas.

—Victoria atacará y está furiosa.

—¿Puedes decirme cómo haces eso? Me pone nervioso… ¡cómo es posible que tú que ni eres quileute te sepas el cuentito del derecho y del revés!

—Deja de quejarte y ve por Bella… avísale.

—¿Y eso?... a qué se debe que hayas tirado la toalla?

—No lo hice… pero ya no sé cómo comportarme. Y realmente no quiero hablar del tema Jake.

No tenía ganas de remover la espina que me dolía… y realmente me dolía… miré a Alec y sentí envidia, él había tenido a Bella de maneras que yo posiblemente jamás la tendría. No estaba seguro de querer que ella conociera hasta qué punto sentía que el pecho me dolía.

Jacob:

No había más vueltas… Edward estaba tan frito como yo. Qué diablos! La Bonita nos había mandado por un tubo, y de todas formas igual, cada uno de nosotros seguía con la esperanza de que al menos una parte de todo lo que nos había dicho fuera sólo porque la estábamos empalagando demasiado.

Pero era cierto… dolía.

—Bella? Estás allí?...

Ella abrió la puerta y mi alma se rompió del todo, su tristeza se palpaba como un cuerpo aparte y lo único que yo quería hacer era abrazarla hasta que mi fuerza rompiera ese dolor en mil pedazos.

—Pasa algo? —Me dijo rehuyendo la mirada.

—Vengo a traerte un mensaje de Edward… pero antes quiero prometerte, quiero decirte… que me hago a un lado, que ya ni te miro, que ya no te siento… que voy a hacer lo que sea aunque eso implique olvidarme que existes Bonita… pero no puedo verte asi… en serio, es más fuerte que yo.

—Ya no me mires… y ya no me sientas… pero no porque yo esté triste, sino porque no te merezco. Soy un desastre Jake, he vivido tres siglos y he sido tan egoísta que cargo con un karma que no podré limpiar jamás. No quiero que ninguno de ustedes sienta nada por mí… nunca… no lo merezco…

Me quedé parada como un idiota mientras ella salía de la habitación… juro que la hubiera besado de nuevo si ella no hubiera sido tan rápida para salir. Era frustrante esa sensación de desear a alguien y que se te escurriera como agua entre los dedos.

Bella:

Estaba confundida respecto a mis sentimientos. Mucho. Sabía definitivamente que Alec nunca fue nada para mi… pero Jacob y Edward me llenaban de maneras distintas. El primero era los brazos que sentía me protegían a pesar de ser el peor de los enemigos de mi raza, era divertido, tierno y a su lado me sentía definitivamente segura. Edward era la sensación imposible de que mi corazón latía a mil por hora, era el deseo, era el calor de su piel traducido en mil terminaciones nerviosas, era su perfume enredado en mis fosas nasales queriendo que dedicara su vida entera a amarme, en cuerpo y alma.

Pero Alec me lo había escupido en la cara: yo era una egoísta sin nombre. Y tal vez no estaba segura de cuál de los dos tipos de amor era el verdadero, pero sí estaba completamente segura que no quería herir a ninguno de los dos.

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