15 mar 2010

FANFIC: La Trilogía

Autora: Calíope Cullen

CAPITULO 15: El pasado del otro duele

Edward:

Nunca pensé que algo me hará sentir tan absurdamente inferior y tan torpemente lastimado. ¿Cómo pude pensar que había una mínima posibilidad de que una criatura como Bella viera algo interesante en mí? Es más… ¿cómo podía dolerme tanto algo que ocurrió antes que yo naciera y a una mujer a quien hace sólo un día que conozco?

Me repetía de cientos de manera lo irracional del estado que tenía pero no podía alejar de mi mente la forma en la que Bella recordó a Alec… No vi un rostro, ni escuché una voz… sólo el recordar de escenas de sexo repetidas una y otra vez en una redundancia insultante a la virilidad de cualquiera. Jamás podría… “competir”… con algo así, me dió de alguna manera vergüenza ante el grado de fogosidad que sentí en el contacto.

Caminé rabioso por el pasillo de la planta alta de mi casa como si eso pudiera sacarme de la cabeza lo que Bella estaba pensando sobre el tal Alec ese y ella salió de repente de la habitación, alcanzándome con una velocidad nada común, a pesar de que intenté evitarla.

—¿Es cierto? —me preguntó.

—¿Qué?

—Que puedes meterte en mis pensamientos.

No respondí, ella estaba otra vez allí, frente a mí, impidiéndome pensar claramente. La miré firmemente a los ojos y ella se tapó la cara con las manos apenas susurrando: “Perdón… perdón… perdón… “, mientras echó a correr.

‘Jacob!!!!, ven a ayudarme!!!!’, le grité a él mentalmente mientras salía tras ella. Él me alcanzó cuando llegué a la entrada de su casa y corrimos en la misma dirección que ella, aunque ya no la veíamos.

—¡¿Qué pasó?! —gritaba Jacob mientras intentábamos encontrar alguna huella que nos indicara dónde había ido.

—No lo sé… preguntó si era cierto que podía leerle el pensamiento y luego echó a correr diciendo “perdón”… —Apenas si podía hablar de lo agitado que me sentía. De golpe Jacob paró en seco.

—Para Edward… está por aquí… puedo olerla. —dijo saliéndose del camino y entrando al bosque.

Ella estaba sentada sobre un tronco seco, abrazada a sus rodillas y con el rostro más triste que podía tener.

—Váyanse. —su voz sonó enérgica, pero crispada.

—Por lo que a mí me toca Bonita, todas las mujeres que conozco son algo histéricas, así que lo soportaremos mientras se te pasa.

Ella me miró a mí en vez de a Jacob.

—No puedo estar con alguien que conozca la oscuridad de mi alma, si es que tengo todavía una… no puedo estar con alguien que ha visto los asesinatos que cometí, la ambición que me ganó, las estúpidas crueldades que realicé… no puedo… no puedo hoy ni siquiera llorar por la muerte de mi madre porque he matado yo misma tantas madres que no puedo recordar un número… no puedo… entiéndanme… Fui mala! No entienden!!!... demasiado mala…

—Yo copié en mi examen de álgebra, Bonita… pero hoy no lo haría… eso se llama madurar. Levántate, y actúa como un vampiro con agallas o voy a sentarme a darte de nalgadas hasta que reacciones. —Jacob le tendió la mano para levantarla.

—¿Para ti no significa nada lo que acabo de decir?

—Mira Bonita… en menos de veinticuatro horas me enteré que hay vampiros, que soy un bicho peludo y que estar cerca de ti me marea por dos cosas: eres mi enemigo natural, y a pesar de eso me gustas a rabiar. No puedo remediar absolutamente ninguna de esas cosas… tampoco puedo remediar haber matado a ese James hoy… no puedo remediar haberle roto la nariz a Embry, ni que mi abuela se haya muerto sin escuchar que le pidiera perdón por todos los disgustos que le dí. No puedo remediar que ahora prefieras que sea Edward el que te esté diciendo esto. Pero hay algo superior a eso Bonita, hoy tenemos una misión… y yo confío en lo que eres hoy… ayer ya pasó y ni tú, ni yo, ni Edward podemos cambiar algo más que no sea nuestro propio futuro.

Bella lo dejó hablar, y esquivó mirarme, aunque en realidad yo me sentía algo culpable de que ella hubiera hecho confesiones sobre cosas que en realidad no oí. Aceptó la mano de Jake y no se la soltó hasta que llegamos de nuevo a la casa. A pesar de eso, mientras él tomaba algo de la cocina para comer, le susurre al oído en una confesión sincera:

—No oí nada de eso en tu mente… salí de la habitación porque pensabas en un tal Alec y reconozco que me ganaron los celos por ti.

No le di tiempo ni a mirarme y desaparecí yendo detrás de Jacob. Había decidido que ese apasionamiento no era sano para ninguno de los tres, así que me propuse que sería el último de mis suspiros de “amor”.

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